- Representamen: Co-redentora
- Objeto: la cooperación de María en la redención
- Interpretante: Este es el debate: ¿qué suscita en los que son ajenos al discurso religioso o en los que requieren precisión terminológica, como el teólogo?
El representamen, semánticamente hablando, Co-redentora, puede implicar un valor subordinado o simultáneo. En el uso presente, el término actualiza el valor subordinado, no el de simultaneidad. Esto no es ni más ni menos que la polisemia morfológica en el prefijo co-.
Así como puede deducirse, por la humildad de María, que ella misma rechazaría el título de Co-redentora, también puede deducirse, por la humildad del Señor, que Él se lo otorgaría. Sin embargo, creo que ese razonamiento constituye un falso argumento para desaconsejar el uso del representamen propuesto. La polisemia no sería resuelta aun cuando el dogma suplante esa discusión; sin embargo, en tanto que dogma, excede este análisis y corresponde al orden teologal.
El representamen es propuesto en vista de un interpretante que ciertamente coincide con la explicación posterior, es decir, el interpretante aclaratorio (o extra-representamen en tanto correctivo). Por ejemplo, supongamos —no afirmo su precisión teológica, solo lo ejemplifico— que sea el representamen Cooperadora el más pertinente en ese signo, puesto que el interpretante final, como significado ideal, es compartido por la comunidad habitual. Entiéndase habitual por aquellos que están bajo un consenso terminológico (sean muchos o pocos en cantidad) y, por tanto, al decir Co-redentora suponen la cooperación con la misma diafanidad que si el representamen utilizado hubiese sido Co-operadora. Finalmente, el objeto no tiene objeciones en tanto idea de cooperación.
Tenemos un problema de orden consensual. Tal vez se pueda objetar que la palabra cooperación es más apta por su determinación en el interpretante, es decir, la Santísima Madre como cooperadora en la redención del Hijo. Sin embargo, esto es meramente procedimental, sígnico, pero no de orden social, que —aun profiriendo un término no tan apto según la visión del documento pontificio— sigue siendo igualmente válido. Entramos a conjugar la validez. El representamen, inclusive objetando su eficacia en tanto determinación del interpretante, tiene un consenso social, en menor o mayor medida (por el número), real. Y, por tanto, esto es válido porque social. La validez excede la eficacia del representamen con respecto al interpretante, puesto que la validez, dentro de la comunidad, hace eficaz la relación representamen–interpretante.
Por tanto, el debate en torno al término no es de orden devocional, sino conceptual, para los externos al consenso, porque en ellos el interpretante no ha sido aún determinado o no participa del consenso que da estabilidad triádica; o para aquellos que, en la necesidad de precisión —como los teólogos—, suponen el alineamiento entre el representamen y el interpretante sin haber trabajado previamente por el consenso o sin definir el interpretante aclaratorio, referido al contenido o concepto del medio sensible del signo. Sin poner en duda el carácter piadoso del título, el abordaje del documento Mater Populi Fidelis retoma una discusión ya conocida: ¿es María redentora al mismo nivel que Jesús? Con arreglo a la enseñanza teológica, ciertamente no: coopera, la Esclava del Señor.
Quienes emplean el término Co-redentora buscan exaltar la cooperación amorosa de María en la obra salvífica de Cristo. No obstante, su participación no posee carácter redentor en el mismo nivel que el Señor, puesto que no es la Madre, sino el Hijo, quien integra la Santísima Trinidad, aunque María participa singularmente en esa economía. En ello hay consenso entre quienes utilizan el término Co-redentora y quienes desaconsejan su utilización. Pero este consenso está limitado a la comunidad habitual que mencionamos antes.
Esto es sabido; no introducimos novedad teológica, no nos corresponde, sino repetición susceptible a la corrección de los expertos. Desde un punto de vista semiótico, puede sostenerse que toda aclaración por la negativa —interpretante aclaratorio— implica una degradación pragmática del representamen, especialmente en ámbitos sensibles como el religioso. El signo A, cuya forma sensible es Co-redentora, se devalúa inintencionalmente frente al signo B, que mantiene el mismo objeto e interpretante, pero hace claudicar al representamen A, cuyo consenso social, en menor o mayor medida, sigue vigente y, por tanto, no suspende validez simbólica.
Supongamos que deseo nombrar el color eburnean.
Quien conoce el término comprende su precisión:
→ representamen (eburnean) → objeto (el color percibido) → interpretante (color marfil).
Pero quien no lo conoce requiere el interpretante aclaratorio: “es un color blanco marfil”. En ese acto, el primer representamen se ve desplazado por otro más inmediato (al menos, esa parece ser la pretensión del documento pontificio). Se produce una negatividad por determinación, es decir, una pérdida de espesor semántico del representamen original en favor de uno más unívoco. El nuevo representamen reduce la densidad subjetiva del anterior, particularmente en quienes son externos al consenso. Pero crea otra tensión ya mencionada: la tensión entre precisión terminológica y valor simbólico.
Dicho de otro modo, el signo original se disuelve en un interpretante sustitutivo. El proceso semiótico se reconfigura: el signo pierde su valor simbólico autónomo al ser reemplazado por un signo explicativo (con tanta validez como el primero). Ciertamente, todo depende del interpretante y de la semiosis previa del sujeto: para uno, eburnean es símbolo; para otro, es mero índice explicativo de marfil.
→ representamen (color marfil) → objeto (el color percibido) → interpretante (la idea del color mencionada).
Sobre el documento
De manera análoga, cuando el documento Mater Populi Fidelis precisa que el título Co-redentora no debe entenderse en el mismo nivel que Cristo redentor, incurre —aun sin pretenderlo— en la misma operación: en el acto mismo de aclarar, se reduce performativamente el representamen que se busca respetar (no por mantenerlo, sino por respeto a quienes así lo utilizan comprendiendo la recta devoción de la que hablaba el Papa Benedicto XVI): Co-redentora. El signo teológico Co-redentora es sustituido por otro más controlado y menos abierto, y con ello su valor simbólico se restringe. Dicho de otro modo, así como se disminuye (o devalúa), por la determinación del representamen —según el texto—, el papel redentor unitario del Señor al colegirle una Co-redentora (el interpretante final), el documento pontificio —originante del representamen sustituto— disminuye a la Co-redentora (interpretante) en quienes así lo utilizan, al explicarlo. Simplemente por explicarlo, se disminuye por determinación también. El proceso de explicación devalúa por la naturaleza misma de la sustitución del representamen: el símbolo se devalúa.
Sin embargo, tanto el documento pontificio como los defensores del término Co-redentora comparten una misma intención recta: evitar confusión y mantener la verdad teológica. Ambas operaciones semióticas —la que amplía la explicación (semiosis del representamen sustituto, representamen B) y la que restringe (el representamen A)— responden a una misma economía de sentido, una misma raíz de fidelidad que se manifiesta en el intento de garantizar la comprensión correcta del objeto del signo y, por supuesto, de su correcta orientación al interpretante final.
Conclusión:
Por tanto, parece prudente permitir que los signos fluyan mientras surjan de corazones rectos. Serán otros, menos rectos, quienes conviertan el signo en disputa ya que están las aclaraciones para ser tomadas de ambos lados. Porque, en el fondo, tanto el signo como su aclaración coinciden en el objeto y la verdad del representante, es decir, la validez. Lo que difiere es la claridad pragmática del interpretante según se use un representamen u otro. Tanto el término Co-redentora como el documento que lo explica (ampliándolo) participan de la misma cadena de semiosis, pero con diferentes grados de mediación.
Podemos concluir, entonces, que tanto las aclaraciones del documento como las de quienes ponderan el término suponen una negatividad por determinación, un proceso semiótico donde el signo es reemplazado por otro más determinado. Y es más amoroso —y más justo ante dos ejemplos de humildad, el del Señor y el de su Santa Madre— comprender estas aclaraciones con humildad, sin competencia de signos, sino como momentos diversos de una misma economía de sentido. Porque en ninguna de las dos partes se niega lo que está de fondo: la devoción a la Santísima Madre.
Bibliografía